miércoles, 2 de abril de 2014

LA E Y LA I SE ABURREN: Los sonidos Güe-Güi (III)



No creáis que los príncipes se portaron siempre bien con la señorita G. ¡Qué va! Otro día le dieron un susto aún mayor que el primero. Cuando estaban en el jardín esperando al rey, que les iba a acompañar como siempre el príncipe E, acompañado de la princesa I, fueron a buscar al elefante. Estuvieron un rato jugando con él, y no se les ocurrió otra cosa que ponerle en la trompa su erizo y la iguana de su hermana. ¡Qué carrera emprendió el elefante! Y es que, aunque es muy grandote, tiene mucho miedo a los animales pequeños que se le pueden meter por la trompa. Así que con los príncipes, el erizo y la iguana salió corriendo. Llegó cerca de la bibliotecaria G, que estaba de espaldas, la cogió con la trompa y la sentó junto a los dos pequeños animales. Al volverse muerta de miedo, vio que también iban sentados el príncipe E y la princesa I. Dio gritos: ¡Geeeeeeee, giiiiiiii...! ¡Parad al elefante! ¡Nos vamos a matar! En cuanto el elefante se agotó, se paró en seco y cayeron todos rodando uno detrás de otro. A cada uno le salió un hermoso chichón, menos al gusano que estaba tan tranquilo durmiendo debajo del gorro de la señorita G. El rey U llegó justo en el momento que caían todos rodando. Se disculpó con la bibliotecaria G, cogió a los diablillos de sus hijos y les dio una buena regañina, porque ya estaba cansado de tantas travesuras. ¡Como siguieran así, un día les iba a pasar algo gordo! -¡Nunca os dejaré solos con la bibliotecaria G! –dijo-. Otra vez está afónica. Salieron de paseo y todos iban muy serios: la señorita G, el rey U, el príncipe E y la princesa I. Nadie decía nada; los mayores tenían las caras muy serias. A los niños se les había olvidado ya la travesura, y no entendían por qué tenían que poner esas caras que casi daban miedo. Iban muy serios y estaban muy aburridos. Se pusieron a recoger piedrecitas del paseo del jardín y, despacito, sin que se dieran cuenta los mayores, empezaron a echárselas uno a otro. Al principio eran pequeñas y lo hacían muy despacio. Pero enseguida se fueron animando y se las echaban cada vez más grandes, más deprisa y con más fuerza. Al final acabaron lanzándolas a lo alto para que cayeran como lluvia. Primero las tiraban poco altas y sólo caían encima de ellos. Como eran pequeñas no les hacía daño. Luego las echaban cada vez más altas. De pronto tiraron muy alto gran cantidad de piedras bastante gordas. Como hicieron ruido, miró hacia arriba el rey U, miró la señorita G y miraron los príncipes E e I. ¡Qué susto! Todos gritaron, incluido el rey, aunque cuando iba con ellos nunca hablaba, porque veía que las piedras más gordas iban a caer encima del él: ¡Güe, güi! Se oyó tan alto que los pájaros volaron asustados. La señorita G, afónica, sólo pudo decir “gggg”, aunque también gritó. El Señor Estudioso se frotó las manos de contento. ¡Ya tenía los sonidos que le faltaban! Ahora podía decir: cigüeña…, paragüitas..., agüita…, etc. Y así los dibujó con las piedrecitas encima del rey U.¡Pero que complicado lo estaba poniendo este señor! -Nada de complicado, -dice él-. Cuando veamos las piedrecitas, hablan todos. Si no hay piedrecitas, el rey U se calla. Si no va el rey, grita la G por las travesuras de la E y la I. Sólo hay que fijarse. El mago Catapún, que se alegra tanto de que se equivoquen los niños, disfruta mucho con estos personajes que hablan de varias formas, porque los niños despistados siempre se equivocan. Así que tened mucho cuidado. 

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